Un regreso inesperado a los ruidos de la ciudad, teniendo Hiperacusia y Tinnitus
A mediados del mes de enero de este año (2017), sucedió un hecho
inesperado en mi familia que me puso en una situación que no daba opción a
elegir. Mi papá había sido diagnosticado con una enfermedad terminal, y tuvo
que ser hospitalizado inmediatamente. Esto trajo consigo la necesidad de ir
todos los días al hospital para asistirlo, pues él no estaba en condiciones de
atenderse solo. Entre los tres hermanos tendríamos que turnarnos durante el día
para no dejarlo solo.
El hospital estaba muy lejos de mi casa, y era necesario entonces ir
en auto. Hasta ese momento, debido a mi hiperacusia, lo que utilizaba para recorrer distancias
largas era el taxi, pues así podía estar protegido de cualquier ruido fuerte
proveniente de la calle, especialmente
del tráfico automotriz. Lima es una ciudad extremadamente ruidosa, y lo es
principalmente por el servicio de transporte público. Los conductores suelen
utilizar el claxon de manera desenfrenada y arbitraria. Aparte de esto, el
estado de muchas unidades no suele ser la más óptima siempre, lo cual trae
consigo la aparición de ruidos molestos de diverso tipo.
Sin embargo, en esta situación de emergencia, tomar taxi todos los
días, de ida y de regreso a mi casa, iba a resultar imposible por el costo que
iba a implicar.
Entonces solo me quedaba la opción de utilizar el servicio de transporte
público en ómnibus o minibús. Desde que mi hiperacusia y tinnitus se volvieron
severos (2006), había dejado de utilizar este tipo de servicio, y solo en época
reciente lo había vuelto a retomar pero para distancias cortas (de 6 a 10
cuadras aprox.). Un problema con este tipo de servicio, además de lo mencionado
más arriba, es la costumbre de los choferes de poner música a alto volumen
durante su recorrido. Uno puede pedir que lo bajen, pero no siempre hacen caso
al pedido, y si lo hacen, lo que bajan es muy poco. Esto convierte el viaje en
ómnibus o minibús en un verdadero infierno sonoro, con ruidos excesivos
provenientes tanto del interior como del exterior del vehículo.
Como no iba a tener alternativa, tuve que planificar con mucho cuidado
cuál iba a ser la estrategia a seguir para realizar ese viaje, y qué medidas
preventivas debería tomar antes de internarme en el caótico tráfico limeño y
zambullirme en el ruido salvaje de calle. Aquí les detallo las consideraciones
que tuve en cuenta:
1° Tome en cuenta cuáles eran las horas más tranquilas, es decir
aquellas que no fueran horas punta. Estas caían entre las 10am y las 4pm.
Entonces coordiné con mis hermanos para yo cubrir ese turno en el hospital.
2° Por unas cuantas experiencias previas, sabía que el servicio de
transporte público ofrecido por el Estado, era más ordenado, pues solo paraba
en paraderos establecidos, y por lo general no ponían música al interior de los
ómnibus. El servicio de las empresas privadas seguía siendo más desordenado y
caótico en comparación. Entonces traté de indagar cuáles eran las líneas del
Estado que circulaban por mi casa y me llevaban hasta el hospital.
3° Traté de indagar también cuáles eran las rutas más silenciosas, pero
esto resultó ser muy relativo, pues las personas me daban referencias según su
propia percepción de lo que era ruidoso o no para ellas. Tuve que esperar a
irlo comprobando yo mismo conforme pasaban los días, mediante la prueba y el ensayo.
4° Consideré utilizar tanto tapones de espuma como orejeras. Me compré
tapones de espumas 3M nuevos para que atenuaran lo más posible el ruido del
tráfico, y tenía a la mano también un par de orejeras nuevas Howard Leight.
El primer día que salí tomé un solo ómnibus y si bien el ambiente
dentro del él era tranquilo, la ruta que siguió fue sumamente ruidosa. El viaje
duró alrededor de 1 hora, y al final del viaje terminé con un poco de dolor a
los oídos, el cual fue bajando conforme pasaban las horas estando ya en el
hospital. Para regresar a mi casa preferí buscar una ruta alterna, una que iba
a tomar más tiempo e implicaría hacer una conexión en un punto intermedio
(cambiar de ómnibus), pero podía ser más tranquila que la ruta de venida.
En los siguientes días tome también esa ruta alterna tanto de ida como
de vuelta, y cada vez fui dándome cuenta de las horas y las empresas más
convenientes para exponerme al menor ruido posible. En esta constante prueba y
ensayo hubo días en los que terminaba con los oídos muy saturados en la noche,
y a veces con dolor. En estos casos coordinaba con mis hermanos para dejar de
ir un día al hospital a fin de darle
descanso a mis oídos.
Fueron casi mes y medio de continuas idas y venidas al hospital, al
comienzo interdiario, pero en la última quincena, todos los días. Sin embargo
los oídos respondieron bien y toleraron suficientemente el excesivo ruido de la
ciudad.
Si bien esto ha sido un indicativo de que mis oídos se han fortalecido
aún más con el paso de los años (ver aquí otras experiencias favorables en los
años anteriores), no creo sin embargo que valga confiarse. Siempre es necesario
tomar medidas preventivas para evitar una posible recaída.
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