Antes de que mi estado se agravara

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A los pocos días de haber sufrido el accidente sonoro en 1992, comencé a utilizar protectores en los oídos, no solo por recomendación del especialista que me atendió, sino porque los ruidos muy fuertes me molestaban y hacían que mis acúfenos se elevaran.

A falta de una correcta orientación, y por iniciativa propia los empecé a utilizar de manera perenne durante todo el día. Solo me los quitaba para ir a dormir.

Usaba sobre todo los de espuma, que solía cortarlos un poco (a veces por la mitad), para que no fueran muy notorios al momento de tenerlos colocados, y guardaba unos nuevos y enteros para cuando tenía que ensayar, hacer alguna presentación, o asistir a algún lugar muy ruidoso.

Cuando, debido al uso constante, estos protectores terminaban perdiendo su consistencia (volviéndose o bien muy duros o bien muy blandos), la protección que me brindaban no era del todo completa. Además comenzaban a irritarme el canal auditivo. En ese momento cambiaba por unos nuevos, los que también cortaba.

Cuando estaba en la calle mis mayores problemas los tenía con la bocina de los autos, omnibuses, camiones, etc, así como con la sirena de las ambulancia y bomberos o las cornetas y megáfonos de los heladeros y fruteros. Cuando estos sonidos estridentes aparecían buscaba alejarme rápidamente del lugar mientras ejercía más presión sobre los tapones para que amortigüen el ruido.

Estando en la casa más bien, mis problemas mayores se encontraban en la convivencia con las demás personas que la habitaban, que no tenían mayor cuidado con las puertas que se cerraban de golpe o con la utilización de algunos artefactos eléctricos que producían mucho ruido. Por otro lado el llanto de mi hijo pequeño también me resultaba sumamente perjudicial.

Cuando no lograba esquivar alguno de estos sonidos, me sobrevenía una recaída que se caracterizaba primero por la aparición de una sensación de plenitud en los oídos (o el oído afectado), seguida después por un hormigueo en su interior. Con el transcurrir de las horas el hormigueo se trasformaba en dolor, el cual se disipaba luego de unos días, pero dando paso a un dolor reflejo en la zona superior de la cabeza. Mientras este proceso inflamatorio se desarrollaba, mi hiperacusia (hipersensibilidad) se exacerbaba y muchas veces los acúfenos también subían en intensidad. Dependiendo de la intensidad del ruido o el tiempo de exposición, estas recaídas podían durar desde un par de días hasta 2 semanas, en cuyo caso debía suspender o postergar todas mis actividades a fin de poder permanecer en casa reposando y manteniéndome alejado de los ruidos ambientales.

A veces no llegaba a darme cuenta en qué momento era que se había producido el ruido que había afectado a mis oídos, y solo caía en la cuenta de su ocurrencia cuando después aparecían las molestias que acabo de describir.

Así estuve durante 12 años, sin que mi situación mejorara, ni empeorara significativamente. Sin embargo en el año 2004 experimenté una recuperación casi total a raíz de un viaje que realicé fuera del país. En una próxima entrada les comentaré lo sucedido.

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